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Este artículo del Blog de César Hildebrandt (el cual es una recopilación de sus artículos publicados en el diario la primera y en donde se encuentre) me parece muy interesante...

En él César Hildebrandt da un análisis algo crudo de la personalidad e inclinaciones tanto políticas como económicas de su querida hermana, habla también de la evolución que han sufridos sus ideologías y de la manera altamente eficiente en la que puede adaptarse a la vanguardia.

Es sumamente interesante....no suelo copiar y pegar artículos enteros...pero éste merece la pena almacenarlo en mi blog, quien sabe si en algún momento sea borrado del blog de césar...

Lo cito a continuación:

(La Primera) Martha Hildebrandt
Por: César Hildebrandt

Martha Hildebrandt es un carácter embutido en un cactus. Si la inteligencia fuera dinero, Martha sería una señora Trump viviendo en Manhattan, donde gruñiría en inglés por la pobreza idiomática del Post y caminaría por el Central Park con ese aire de ex ministra del Interior de alguna dictadura de la Europa oriental.

Pero como la inteligencia sólo alcanza para pagar la luz y el teléfono y ser especialista en Bolívar o en filología comparada vende pocos ejemplares y obtiene poco reconocimiento, Martha tuvo que incursionar en la política siguiendo el único instinto que jamás le ha fallado: la adicción por el poder y la autoridad.

Fue funcionaria con Velasco Alvarado, ese chino de Castilla que quiso evitar el comunismo y que sólo se cuadraba ante ella, sonando los tacones como si se tratara de presentarse ante la mismísima mariscala. En esa época era socialista a rabiar y caviar de Beluga, una Rosa de Luxemburgo que iba a la ópera en visón y tintineando de pulseras doradas.

Pero así y todo convirtió la cultura en una prioridad y la edición y los premios a la producción académica en una cosa de todos los días en un país donde la gente seguía murmurando al leer y creyendo que el noticiero 24 horas era el colmo de la exquisitez cosmopolita.

Hizo obra aquí y en la Unesco, en París, donde sí le reconocieron el equipaje académico de ekeka sudamericana y la trataron a cuerpo de reina.

Más tarde comparó a Alan García con Simón Bolívar cuando García mandaba como un huno desde sus balconazos decretando que el cemento bajara, que la leche proliferara por el milagro de las ubres y que los domingos fueran lunes para que la gente siguiera trabajando.

Pero García era, al final, un demócrata y eso terminó por decepcionarla. ¿Cómo era eso de estatizar la banca y luego dejarse amedrentar por la grita de Vargas Llosa y el colchón de Pardo Mesones? No, ese no era un comandante en jefe como el Fidel con quien hizo tan buenas migas.

Porque a ella lo que le fascina es el ejercicio de la autoridad, el grito mandón, la unanimidad concentrada en un caudillo. Hubiera sido leguiista, benavidista, sanchezcerrista, odriista y, desde luego, como resultó siendo, fujimorista.

A esos predios llegó defendiendo a Fujimori en la TV, cuando la inteligencia del país censuraba al autócrata y se reía de sus vulgaridades gramaticales. Fue entonces que esta purista acérrima del habla culta soltó la tesis de que Fujimori se equivocaba a ratos con el castellano porque esta era su segunda lengua, considerando el japonés ancestral que tampoco hablaba bien.

Se olvidó de que la mayor parte de la generación de Fujimori aprendió el idioma del país que los acogió y lo habló con solvencia y creatividad. Se olvidó de los Watanabe, los Tanaka, los Tsuchiya, ejemplares en el decir y en el hacer.

Y de resultas de esta coartada, que ocultaba el hecho comprobado más tarde de cómo Fujimori despreciaba la historia del Perú aporreando simbólicamente su idioma oficial, Martha fue enamorando al Yamamoto de tantos Pearl Harbor domésticos.

Durante la década de Montesinos y su compadre extranjero, Martha defendió con elocuencia los logros del gobierno –que los tuvo–, calló hasta en esperanto sus desaprobaciones y recibió encargos sombríos que cumplió con la eficacia de su talento de generala en eterna disponibilidad.

Encargos, por ejemplo, como el de negar el terrorismo de Estado, las masacres del grupo Colina, la monra de los Hermoza Ríos y la defenestración del Tribunal Constitucional tras la “interpretación auténtica” del artículo 112 de la Constitución, esa sucia maniobra que permitió la segunda reelección del hoy prófugo.

Y todo lo hizo fulminando con un grito a cuanto alfeñique oratorio se le parase por delante y con la habilidad dialéctica que sólo la da el masaje neuronal de los libros.
Hace algunos días, Martha volvió a demostrar que está en forma tratando como a una maruja invertebrada a una animadora de la tele.

Porque su inteligencia brilla a los 81 años de su edad como si se hubiese conservado en formol y su carácter parece una espada toledana que hiere y decapita, si es necesario, a quien ose contrariarla.

Si la inteligencia fuese capital, Martha se trataría de tú a tú con Bill Gates.
Pero la inteligencia es un don, así como la estupidez es un déficit genético.
Así que si la coherencia y los valores fueran también un capital, Martha pediría limosna bajo un puente de la vía expresa.

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